Por Gregorio Moya
La manifestación ciudadana denominada
Trabucazo 2020 se caracterizó por su diversidad, aunque la misma vetó la
participación de los partidos políticos por considerarlos responsables como un
todo del desastre político, institucional y ético en el que está metida la
nación.
Esa manifestación fue espacio para
demandar a la JCE su renuncia unos, la organización de elecciones limpias
otros, para apoyar que se realice una investigación que de con los culpables boicot,
fraude y golpe de estado electoral llevado a cabo el 16 de febrero. Unos apelan
a que la investigación la realicen organismos internacionales, coincidiendo con
el gobierno, otros demandan una investigación por fiscales independientes, pero
nacionales, por asuntos de soberanía y para que las conclusiones sean
efectivamente vinculantes.
El trabucazo 2020 reunió
religiosos que llevaron allí su reclamo de que se lea la biblia en las escuelas
de forma normativa, también que se mantenga la prohibición del aborto en
cualquier situación, aunque la embarazada se muera en esa situación.
Muy cerca de los grupos
religiosos estaban los nacionalistas que no dejan de culpar a los inmigrantes
haitianos de todos los males del país, como el desempleo, la pobreza, los
problemas de salubridad y desplome del sistema de salud, la real situación del
sistema escolar que no avanza, incluso la violencia y delincuencia.
Estuvieron presentes también los
movimientos defensores de los derechos y la equidad de género, defensores de
los que tienen diferentes identidad y preferencias de género y sexuales.
Miles de jóvenes, con otros miles
no tan jóvenes y unos definitivamente no jóvenes.
Trabucazo 2020 fue una especie de
fiesta de la cohabitación y la tolerancia, incluso entre intolerantes.
Artistas movidos por la fuerza de
la convocatoria, que al momento de hablar decían generalidades y apelaban al “todos
somos dominicanos”, sin establecer que hay buenos y malos dominicanos, dominicanos
corruptos y tramposos y dominicanos honestos. Algunos artistas, de clara definición
conservadora y derechista como Juan Luis Guerra, que aunque muchas de sus
canciones son críticas, su identificación con el poder norteamericano desde su
apoyo a Bush en 2001 o su participación en conciertos contra los gobiernos
chavistas, sin poner mientes en los propósitos de los enemigos del gobierno
venezolano.
De lo que se trata es de mirar
las características de un movimiento que su fuerza está en la reacción contra
el fraude, en su rechazo a la institucionalidad que permitió el fraude, la JCE
y su apertura democrática.
También hay que ver sus límites.
Del rechazo a los partidos políticos a la antipolítica es sin duda que una
limitante para poder integrar sectores que son activos políticamente, que no es
democrático excluirlos, quizás no permitir el protagonismo de estos, pero tampoco
exclusión genérica. La antipolitica en una de las expresiones políticas del conservadurismo,
que abre espacios a propuestas supuestamente no políticas en la que caben todo
tipo de outsider, como ocurrió en Perú con Fujimori, con otras propuestas que
han significado desplazar gobiernos por lo menos antineoliberales y de clara
defensa de la soberanía, a gobiernos neoliberales pronorteamericanos,
profundamente conservadores, clericales atrasados y reaccionarios.
También, esa amplitud permite que
se utilice como carnaval muchos de los que asisten, figuras públicas que
incluso se atribuyen el papel de jueces de prohibir la asistencia a estas
manifestaciones a determinadas personas o expresiones organizadas de la
sociedad.
De lo que se trata pues, es comprender
la potencialidad de estos movimientos, pero sus límites, de que es necesario
construir instrumentos de organización y movilización permanentes, con
estructuras funcionales y disciplina. Son aspectos complementarios, no antagónicos
ni excluyentes.
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