Por Gregorio Moya E.
Los medios de comunicación dan cuenta de la enorme destrucción de vidas y bienes en Haití, y junto con ello, de una efusión de solidaridad que parece del tamaño de la tragedia. Gobiernos, organismos internacionales, fundaciones, iglesias, sordos y ciegos ante la miseria cotidiana de ese pueblo, parecen tocados por una fuerza, como la que tiró a Pablo de Tarso de su montura.
Pero no es malo hacerse estas preguntas. Veremos en el curso de los días como en muchos la llama de amor hacía este pueblo se apaga. Veremos como los carroñeros hoy vestidos de caritativas entidades, meterán sus garras para aprovecharse de lo poco que tiene ese pueblo devastado.
Ante esto, es bueno actuar de acuerdo a la emergencia. Ahora bien, como el buen clínico, ver cuales son las causas del padecimiento y cuales cosas pueden prolongarlo o repetirlo.
La solidaridad que Haití necesita es la que junto a la ayuda material y el apoyo emocional a sus pobladores, contribuyamos a que logre salir de las condiciones de empobrecimiento, de opresión y la dictadura.
Es ayudar y acompañar al pueblo a la búsqueda de la liberación como nación y pueblo de los opresores. Con este tipo de solidaridad no solo ayudamos a Haití, sino que también nos ayudamos nosotros mismos, porque al final, los enemigos del bienestar y libertad del pueblo haitiano son los enemigos del bienestar y la libertad del pueblo dominicano: el poder internacional que controla los capitales y que decide quien vive y quien muere en esta tierra usurpada por ellos.
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