Por Gregorio Moya E.
Todos los estudios de diagnóstico del sistema de salud en República Dominicana concuerdan en que el mismo es altamente ineficiente, ineficaz, con una gran inequidad y una falta de calidad de los servicios que brinda.
Todos los análisis realizados a la estructura; los recursos, su uso y distribución, tanto en el espacio como en el tiempo se caracteriza por la falta de controles y evaluación sistemática, lo cual conlleva a la falta de calidad y uso optimo de dicha estructura y recursos.
Las evaluaciones al día de hoy del sistema de salud, establecen que el mismo es autoritario, centralizado, con un esquema asistencialista, negador de derechos y de la participación social de la población, que el mismo se estructura, funciona y planifica al margen de las necesidades de salud de la población, de su opinión y deseos. Que el enfoque de participación se restringe a aspectos de apoyo marginal, de financiamiento e instrumentalización de los ciudadanos y ciudadanas, sin ninguna incidencia en las decisiones que afectan los servicios, sus políticas, su gestión y ni pensar en la asignación de recursos. El sistema de salud dominicano margina la población de las decisiones que tienen que ver con su salud.
El papel asignado a las comunidades es de paciente, es decir, aquel que debe recibir pacientemente, de forma pasiva. De más en más, la población es vista como cliente, compradora de una mercancía llamada servicio de salud. De ahí que, en el primer caso, los servicios de salud son prestados no como un derecho al que le asiste a la población, sino como una dádiva, un favor del estado. En el caso de la visión de cliente, igualmente, el papel asignado está vaciado de la consideración de la persona y la población como sujetos de derecho. Se tiene derecho al servicio que se puede pagar, esa es la divisa reinante en el sistema de salud dominicano, los que no pueden pagar, deben ir a la caridad pública.
A la ineficiencia genética y visceral, de un sistema implantado en 1916 por los invasores yanquis en 1916, se le suma la lógica del mercado, que profundiza la inequidad, la falta de cobertura y la exclusión social. Hay que decir que, a tres años de la reforma de la salud y la seguridad social, ha aumentado la brecha entre ricos y pobres en cuanto a servicios de salud, ha aumentado la exclusión y la marginalidad. La mortalidad materna e infantil son datos que hablan por si mismos de lo que estamos hablando.
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