jueves, 15 de octubre de 2009

Camisa, correa, pantalón y zapatos: presente

Por Gregorio Moya E.

Un niño de unos 13 años de edad, fue victima de acoso en su escuela y amenazado con ser expulsado de la misma porque tenía 5 ausencias y eso chocaba con los deseos de la directora de dicho centro de que sus alumnos fueran meritorios.

La directora no se preocupó por saber las causas de esas ausencias. Ni siquiera atendió al reclamo del niño que le decía que no había tenido una sola falta en el año. Para esa directora de escuela la voz del niño no tenía ninguna importancia. Tampoco le importó a la directora de esa escuela el llanto del niño, que acompañaba sus palabras.

La directora de ese centro educativo no le prestó atención a la madre de ese menor, que fue buscada por el propio niño para que hablara con esta docente. Yo no se de eso, hablé con el profesor le dijo la directora a la madre.

Cuando se habla con el profesor, este admite que el niño no había faltado nunca, pero que al parecer, cuando pasaba lista el mismo no decía presente.

¿Pero porque el niño no se “ponía presente”? Sencillamente, porque en esta escuela pública el método de ponerse presente es llamando por su nombre al alumno el cual debe responder la consigna camisa, correa, pantalón y zapatos. Como el niño no tenía zapatos sino tenis, el mismo no se ponía presente porque violaba las normas especiales de ese centro educativo, las cuales marginan a los niños que usan tenis.

La consigna camisa, correa, pantalón y zapatos parece sustituir los principios constitucionales que garantizan el derecho a la educación que tienen los niños todos, la equidad en el acceso a la educación que establece la ley de educación, los objetivos del milenio y otros instrumentos de desarrollo social.

Por suerte el niño no se quedó callado, apelo a la injusticia e ilegalidad de la directora y de ese maestro que no le preocupa porqué uno de sus alumnos no se “pone presente” estando en el aula cuando se pasa lista y se menciona su nombre.

Por suerte, la madre del niño defendió el derecho a la educación del mismo e impidió que fuera expulsado de la escuela.

Sin dudas, Elías Piña merece una mejor educación, sobretodo más sensible a lo que sufren, sienten y dicen los alumnos, respetuosa del derecho de los niños, conocedora y respetuosa de las leyes.

Los niños de Elías Piña merecen educadores y gestores de la educación que comprendan que la educación es un acto de amor.

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